La reciente tregua en Gaza ha colocado al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una posición de notable éxito en el ámbito de la política internacional. Sin embargo, este triunfo se ve ensombrecido por su incapacidad para lograr un alto el fuego en el conflicto de Ucrania, lo que plantea interrogantes sobre su estrategia y habilidades diplomáticas. La situación en Gaza ha permitido a los habitantes de la Franja palestina regresar a sus hogares, lo que ha sido recibido como un alivio tras el temor de una nueva ‘nakba’, un término que evoca la catástrofe de 1948 con la creación del Estado de Israel. A pesar de este éxito, la guerra en Ucrania sigue siendo un desafío monumental para Trump, quien se enfrenta a un Vladimir Putin que parece tener más opciones y una posición más fuerte en la mesa de negociaciones.
La dinámica de poder en Oriente Medio es notablemente diferente a la de Europa del Este. Según expertos en negociaciones, como Marty Latz y Charles Hecker, Trump posee un considerable ‘leverage’ en el conflicto israelí-palestino, lo que le permite influir en ambas partes. En contraste, su influencia sobre Rusia es limitada, lo que complica su capacidad para mediar en el conflicto ucraniano. Latz señala que Hamás no tiene un plan alternativo al que Trump ha presentado, lo que le otorga al presidente estadounidense una ventaja en las negociaciones. Además, la relación de Trump con Israel, y específicamente con el primer ministro Binyamín Netanyahu, le proporciona un nivel de presión que no tiene en el caso de Rusia.
Por otro lado, la situación en Ucrania es más complicada. Putin, a diferencia de Hamás, cree que tiene opciones y que está ganando la guerra. Esto se traduce en una falta de presión sobre el Kremlin, lo que dificulta que Trump pueda utilizar su influencia para lograr un alto el fuego. Hecker argumenta que la única forma en que Trump podría aumentar su ‘leverage’ sobre Rusia sería apoyando a Ucrania de manera más agresiva, algo que ha mostrado reticencia a hacer hasta ahora. La guerra en Ucrania, por lo tanto, continúa sin un final a la vista, a menos que se implementen cambios significativos en la estrategia estadounidense.
La motivación detrás de la resistencia de Putin a negociar también es preocupante. Según Hecker, el presidente ruso está consciente de las implicaciones de un alto el fuego y lo que podría significar para su régimen. Con un millón de bajas tras tres años de conflicto, Putin podría temer que un alto el fuego permita a Ucrania convertirse en un Estado viable, lo que representaría un gran problema para su gobierno. Esta lógica militarista se refleja en las acciones de la dirigencia rusa, que ha comenzado a señalar a las minorías rusófonas en países bálticos como un posible pretexto para futuras incursiones. La retórica utilizada por los líderes rusos es similar a la que se empleó antes de iniciar conflictos en Moldavia y Georgia, lo que sugiere que la amenaza de una expansión del conflicto podría ser real.
La situación actual plantea un dilema para Trump, quien debe equilibrar su éxito en Oriente Medio con su fracaso en Europa del Este. La percepción de que puede manejar conflictos en una región mientras no puede hacerlo en otra podría afectar su imagen y su capacidad para actuar en el escenario internacional. A medida que la guerra en Ucrania se prolonga, la presión sobre Trump para encontrar una solución se intensificará, y su enfoque hacia Rusia será un factor determinante en su legado como presidente. La comunidad internacional observa de cerca cómo se desarrollan estos eventos, y la forma en que Trump maneje esta situación podría tener repercusiones significativas en la política global.