Cuando nos encontramos con un alimento que presenta moho, la reacción común es simplemente cortar la parte afectada y consumir el resto. Sin embargo, esta práctica puede ser más peligrosa de lo que parece. El moho es un hongo que se desarrolla en condiciones de humedad y calor, y aunque solo veamos una pequeña parte, puede haber colonizado el interior del alimento a través de filamentos microscópicos. Estos filamentos no se eliminan simplemente retirando la parte visible, lo que puede poner en riesgo nuestra salud.
El moho produce micotoxinas, sustancias tóxicas que pueden causar desde molestias gastrointestinales hasta enfermedades más graves, como el cáncer. Un ejemplo alarmante es la aflatoxina B1, considerada uno de los carcinógenos naturales más potentes, que está relacionada con el cáncer de hígado. A pesar de estos riesgos, si accidentalmente se ingiere un pequeño trozo de alimento con moho, generalmente no hay motivo para alarmarse, aunque es importante estar atentos a posibles síntomas.
En la mayoría de los casos, se recomienda desechar el producto completo, especialmente si se trata de alimentos blandos como pan, mermeladas o quesos frescos, ya que el hongo puede haberse extendido más allá de lo visible.
Existen algunas excepciones en las que, si se toman precauciones, ciertos alimentos con moho pueden consumirse sin poner en riesgo la salud. Por ejemplo, frutas y verduras de carne firme, como zanahorias y manzanas, pueden ser consumidas si se corta la parte afectada, incluyendo al menos dos centímetros alrededor del moho. También los embutidos curados, como el jamón o el salchichón, pueden ser seguros si se elimina el moho visible. Los quesos duros, como el manchego o el gouda, también pueden ser consumidos tras retirar cuidadosamente la parte enmohecida.
Es importante mencionar que hay mohos ‘buenos’ que se utilizan intencionadamente en la elaboración de quesos como el roquefort o el camembert, y estos son completamente seguros para el consumo.
Para prevenir la aparición de moho en casa, es fundamental seguir ciertas pautas de conservación. La limpieza regular del frigorífico, al menos una vez al mes, es clave, ya que incluso en temperaturas de refrigeración, los hongos pueden crecer, especialmente en zonas húmedas. Mantener los alimentos en recipientes herméticos y utilizar métodos como la congelación, el envasado al vacío o la deshidratación también ayuda a prevenir la aparición de moho.
Los cereales y productos derivados, como pan y harinas, son especialmente vulnerables a la contaminación por hongos, ya que estos pueden resistir procesos como el horneado o la fermentación. Por esta razón, las autoridades sanitarias realizan controles estrictos antes de que estos productos lleguen al consumidor.
En resumen, aunque el moho puede parecer un problema superficial, es importante ser conscientes de los riesgos que conlleva y tomar las precauciones necesarias para proteger nuestra salud. Si tienes dudas sobre la seguridad de un alimento, lo más seguro es optar por desecharlo.