En los últimos años, el término «incel» ha cobrado notoriedad en diversas plataformas, desde redes sociales hasta medios de comunicación. La palabra, que proviene de la abreviatura en inglés de «involuntary celibate» (célibe involuntario), se refiere a hombres que se sienten incapaces de establecer relaciones románticas o sexuales a pesar de desearlo. Este fenómeno, que inicialmente podría parecer una simple dificultad personal, ha evolucionado hacia un problema social y psicológico que merece un análisis más profundo.
Un perfil emocional característico
Los individuos que se identifican como incels suelen compartir una serie de rasgos emocionales y cognitivos que los predisponen al aislamiento. Entre ellos, la baja autoestima, la ansiedad social y pensamientos obsesivos sobre el rechazo son comunes. La psicóloga Elena Daprá señala que, aunque el término puede parecer neutral, en la práctica se ha asociado con comunidades en línea que a menudo expresan frustración, resentimiento e incluso odio hacia aquellos que sí mantienen relaciones, a quienes denominan «Stacys» y «Chads».
La percepción extrema de la realidad
Una de las características más notables de los incels es su visión polarizada del mundo. Se sienten atrapados en una dicotomía: o son «Chads», hombres atractivos que parecen tenerlo todo fácil, o son fracasados sin esperanza. Esta visión extrema no solo afecta su autoestima, sino que también alimenta discursos misóginos, donde culpan a las mujeres por su situación. Daprá explica que, aunque no todos los que enfrentan dificultades para encontrar pareja se consideran incels, las versiones más radicales del movimiento han sido vinculadas a discursos de odio y, en algunos casos, a actos violentos.
Factores sociales y culturales
Las dificultades emocionales que enfrentan los incels no surgen en un vacío. Existen factores sociales y culturales que refuerzan su percepción del mundo. La presión por cumplir con un ideal de masculinidad que valora la fortaleza, el éxito económico y el atractivo físico juega un papel crucial. Muchos incels comienzan a sentirse «diferentes» o «inferiores» desde jóvenes, lo que se ve reforzado por rechazos o la falta de experiencias afectivas. Esta situación dificulta el desarrollo de habilidades necesarias para establecer relaciones reales, perpetuando así su sentimiento de soledad y aislamiento.
La influencia de las comunidades digitales
Las comunidades en línea han proporcionado un refugio para muchos incels, donde pueden compartir su frustración sin ser cuestionados. Sin embargo, estos espacios también han potenciado sus creencias negativas. En estos entornos, se genera un efecto eco: solo escuchan opiniones que refuerzan su victimismo, lo que puede llevar a una radicalización de sus ideas, incluyendo la misoginia y la glorificación de la violencia. Daprá enfatiza que, sin contención emocional o apoyo psicológico, muchos pueden perderse en un ciclo destructivo.
La búsqueda de pertenencia
Más allá del discurso de odio que puede surgir en los espacios más extremos, el fenómeno incel refleja una necesidad insatisfecha de pertenencia y validación. Daprá explica que «los incels no nacen así»; se forman a partir de una mezcla de dolor emocional, exclusión social y exposición a ideas tóxicas que se retroalimentan entre sí. Este sentimiento de exclusión los lleva a crear jerarquías internas que refuerzan sus creencias, desde los «normies» (quienes llevan vidas amorosas normales) hasta los «truecels» (quienes creen que jamás podrán ser amados).
Estrategias de prevención e intervención
Aunque el fenómeno incel puede parecer complicado de abordar, existen estrategias que pueden ayudar a prevenir y revertir su impacto. La educación emocional desde la infancia es fundamental para que las personas desarrollen una autoestima saludable y aprendan a gestionar el rechazo de manera positiva. Daprá sugiere que es crucial reformular el concepto de masculinidad, promoviendo modelos más diversos y realistas que incluyan a aquellos que no se sienten que encajan en ningún grupo.
El acceso a apoyo psicológico es otro factor clave, así como la promoción de actividades sociales que fomenten redes reales. Daprá concluye que prevenir el pensamiento incel no implica censura, sino acompañamiento, educación y la oferta de alternativas reales de conexión y apoyo antes de que se refugien en la rabia o el odio. En última instancia, el fenómeno incel no es solo una cuestión de relaciones fallidas, sino una señal de una crisis emocional más profunda que requiere atención y comprensión.