La muerte de un Papa marca el inicio de un periodo conocido como «sede vacante», un momento crucial para la Iglesia Católica. Durante este tiempo, el gobierno de la Iglesia recae en el Colegio de Cardenales, quienes asumen la responsabilidad de gestionar los asuntos urgentes y preparar la elección de un nuevo Papa. En este contexto, el cardenal vicario para la ciudad de Roma y el cardenal camarlengo juegan roles fundamentales. El cardenal vicario es el encargado de comunicar oficialmente el fallecimiento del Papa, mientras que el camarlengo debe confirmar la muerte y firmar el acta de defunción, además de sellar la habitación del difunto Pontífice.
La reciente muerte del Papa Francisco ha puesto en marcha este protocolo. Baldassare Reina, el actual cardenal vicario para Roma, y Kevin Farell, el camarlengo, son los responsables de llevar a cabo estas funciones. Francisco, quien fue nombrado Papa en 2013, había realizado cambios significativos en el protocolo de sus exequias, buscando simplificar el proceso en comparación con los funerales de sus predecesores.
Uno de los cambios más notables es la decisión de que su cuerpo sea colocado en un único ataúd de madera con interior de zinc, eliminando la tradición de usar tres ataúdes de diferentes materiales. Este ataúd será llevado directamente a la basílica de San Pedro, donde se llevará a cabo el funeral. Francisco también había solicitado que su cadáver fuera expuesto en un féretro abierto, sin el catafalco, y que el ataúd se cerrara la víspera de la misa exequial. Estas decisiones reflejan su deseo de que el funeral sea más sencillo y similar al de un obispo, en lugar de seguir las elaboradas ceremonias que han caracterizado a los funerales papales anteriores.
Además, Francisco había expresado su deseo de ser enterrado en un lugar diferente al Vaticano, específicamente en la iglesia de Santa María la Mayor en Roma. Esta decisión rompe con la tradición de que los Papas sean sepultados en la basílica vaticana, una práctica que se ha mantenido desde 1903, cuando León XIII fue el último Papa en ser enterrado fuera del Vaticano.
Durante la sede vacante, el Colegio de Cardenales tiene la responsabilidad de gestionar la Iglesia, aunque su poder está limitado a decisiones urgentes. Los altos cargos de la curia romana cesan sus funciones, excepto el Penitencierio Mayor, que continúa manejando asuntos ordinarios, y el Lismonero del Papa, que se ocupa de las obras de caridad. El secretario de Estado también mantiene su posición durante este periodo.
El Decano del Colegio cardenalicio es otro cardenal que adquiere relevancia en este momento, ya que tiene un papel importante en la organización de la elección del nuevo Papa. Este proceso es fundamental para la continuidad de la Iglesia y su liderazgo. La elección del nuevo Papa se lleva a cabo en un cónclave, donde los cardenales se reúnen para votar y elegir al nuevo líder de la Iglesia Católica.
El protocolo establecido por Francisco para sus exequias y el periodo de sede vacante refleja su enfoque hacia una Iglesia más accesible y menos centrada en la pompa y el ceremonial. Su deseo de simplificar el proceso y de ser enterrado en un lugar fuera del Vaticano indica un cambio en la percepción de la figura papal y su relación con los fieles.
La muerte de un Papa es un evento que no solo afecta a la Iglesia Católica, sino que también tiene repercusiones en el ámbito global, dado el papel que desempeña el Papa en el diálogo interreligioso y en la política mundial. La elección de un nuevo Papa será observada de cerca por millones de católicos y no católicos en todo el mundo, quienes esperan que el nuevo líder continúe el legado de Francisco o marque un nuevo rumbo para la Iglesia.
En resumen, la muerte del Papa Francisco ha desencadenado un protocolo que no solo se ocupa de los aspectos logísticos de su fallecimiento, sino que también refleja una transformación en la manera en que se percibe y se lleva a cabo el liderazgo en la Iglesia Católica. Los cambios implementados por Francisco durante su papado han dejado una huella que influirá en la forma en que se desarrollen los acontecimientos en el futuro inmediato de la Iglesia.