La Amorphophallus titanum, conocida popularmente como la ‘flor cadáver’, es una de las plantas más intrigantes del mundo. Su peculiaridad radica no solo en su imponente tamaño, que puede superar los tres metros de altura, sino también en su característico y desagradable aroma a carne en descomposición, diseñado para atraer a polinizadores como moscas y escarabajos carroñeros. Sin embargo, esta fascinante especie enfrenta una grave amenaza: la falta de registros históricos detallados en las colecciones botánicas globales, lo que ha llevado a una alarmante pérdida de diversidad genética y pone en riesgo su supervivencia a largo plazo.
Investigadores de la Universidad Northwestern y el Jardín Botánico de Chicago han alertado sobre esta situación en un estudio reciente. Originaria de las selvas de Sumatra, Indonesia, la flor cadáver es considerada una rareza botánica. A pesar de su fama, su existencia está en peligro. Se estima que solo quedan 162 individuos en estado silvestre, amenazados por la deforestación, la destrucción de su hábitat, el cambio climático y la recolección indiscriminada.
La biología de la Amorphophallus titanum añade un nivel de complejidad a su conservación. Sus semillas no pueden ser almacenadas en bancos convencionales, ya que pierden viabilidad al secarse. Esto significa que su conservación depende exclusivamente de colecciones vivas en jardines botánicos e instituciones científicas. Sin embargo, estos esfuerzos se ven obstaculizados por varios factores críticos.
Olivia Murrell, autora principal del estudio, explica que las flores masculinas y femeninas no florecen al mismo tiempo. Esto obliga a los conservacionistas a utilizar polen almacenado, que a menudo proviene de la misma planta o de parientes cercanos, lo que incrementa la endogamia. Este fenómeno se traduce en un ‘cuello de botella’ genético, donde la diversidad genética se ve severamente limitada.
El análisis de datos de 1.188 plantas de 111 instituciones en Norteamérica, Europa, Asia y Oceanía reveló hallazgos alarmantes. Un 24% de las plantas analizadas eran clones de otros ejemplares, lo que reduce la variabilidad genética. Además, el 27% de los cruces se realizaron entre individuos estrechamente emparentados, y solo el 0,9% de las plantas provenían de expediciones de recolección en la naturaleza, consideradas fundamentales para la diversidad genética.
La falta de estandarización en los registros de estas plantas ha complicado la reconstrucción de sus linajes. Por ejemplo, dos expediciones realizadas en 1993 y 1995 aportaron el 54% de los ejemplares actuales, lo que sugiere que la diversidad genética se ha visto comprometida. Además, menos del 5% de los traslados de material vegetal fueron intercontinentales, limitando el intercambio de diversidad entre regiones.
La disminución de la diversidad genética conlleva una disminución de la aptitud biológica. Las plantas endogámicas pueden no producir tanto polen o incluso morir poco después de florecer. Si una enfermedad o plaga afecta a plantas genéticamente similares, todas las plantas de esa población tienen mayor probabilidad de sufrirla. Un caso extremo documentado en el estudio muestra que todos los descendientes de una institución eran albinos, carentes de clorofila, y murieron poco después de germinar.
Murrell advierte que, si no se toman medidas, la población de la flor cadáver podría extinguirse debido a la endogamia. La variación genética es esencial para adaptarse a amenazas como plagas o cambios ambientales. Sin ella, una sola enfermedad podría eliminar gran parte de la población.
Para revertir esta crisis, el equipo de investigación propone cinco medidas clave: documentar exhaustivamente el origen de las plantas recolectadas en la naturaleza, estandarizar los registros entre instituciones, rastrear parentescos para evitar cruces entre individuos relacionados, transferir datos completos junto con las plantas durante traslados y definir claramente términos como ‘accesión’ para evitar ambigüedades en los registros.
Aunque el estudio incluyó un análisis genético molecular en 65 plantas, confirmando la baja diversidad y alta endogamia, los investigadores enfatizan que se requieren esfuerzos globales para salvaguardar la especie. La creación de bancos de polen congelado y la colaboración interinstitucional son pasos prometedores, pero insuficientes sin datos precisos.
Las colecciones vivas son un seguro contra la extinción, pero si no se sabe qué se tiene ni cómo relacionarlo, ese seguro pierde valor. Mantener registros no es burocracia: es conservación. El futuro de la singular flor cadáver dependerá de que la comunidad botánica logre traducir su fascinación por esta planta en acciones coordinadas y basadas en datos, ya que cada clon y cada cruce mal documentado acerca a esta maravilla natural a un punto de no retorno.